Esa mujer se iba y volvía y en cada regreso era una nueva.
Me llevaba una vida reconocer su misterio, su claridad de amanecer, las sombras
de su oscuridad.
Esa mujer volvía y era
un nuevo dilema del amor, de la vida, y de la muerte también.
Era hermoso interpretar su piel como intacta, su corazón de
nube o cielo agitado de vientos, su voz de hojas enardecidas, los tallos siempre de retoño.
Y ahí estuve detenido en el tiempo esperando y esperando su regreso; cada
vez.
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